Una de las mejores películas españolas del año, aunque no tan revolucionaria como pretende
El estreno en 1999 de El Proyecto de la Bruja de Blair se saldó, pese al éxito popular de la película, con cierta displicencia por parte de bastantes espectadores y críticos. Entre los primeros hubo quien se quejó de que la película estaba "mal hecha" al no entender porqué sus realizadores, Eduardo Sánchez y Daniel Myrick, recurrían al vídeo, los 16 mm y la apariencia documental. Y al respecto, abochorna recordar que en España las salas que exhibían el film hubieron de colocar en sus taquillas, ante la amenaza de motines, carteles informando de que la imagen de El Proyecto era deficiente por una decisión creativa, y no porque los proyectores funcionasen mal o la copia se encontrase deteriorada.
En cuanto a las reseñas, insistieron en achacar las recaudaciones a la (por otra parte magnífica) campaña publicitaria en internet, y obviaron en muchos casos las razones por las que, ocho años después, la semilla plantada por El Proyecto está germinando brutalmente en el cine de terror, como ha demostrado la programación del último Festival de Sitges —en el que [•REC] ha obtenido cuatro premios—, así como la próxima llegada de Cloverfield, producción de J.J. Abrams que se estrena a principios de 2008. Y esas razones están ligadas al descubrimiento de que liberando al terror de la estilización formal y la mirada manipuladora del realizador que lo han marcado tradicionalmente, imprescindibles según se creía para sugestionar al público, y pasando a reflejarlo como brusca intromisión en una pseudo-realidad filmada sin matices por los propios personajes, su efecto se multiplicaba por mil y adquiría cualidades aun más incomprensibles, por mucho que alguien lo estuviese documentando para nosotros. El género adopta así una cualidad de exactitud onírica, por cuanto al despertar (al abandonar la sala) tenemos muy claro lo que, más que ver, hemos vivido, aunque por mucho que lo describamos resulte difícil transmitir la angustia que nos invadía durante su transcurso.
Todo hay que decirlo: Jaume Balagueró y Paco Plaza, directores de [•REC], rechazan la comparación con El Proyecto, adscriben su película a los reality shows televisivos y a los vídeos domésticos que pueblan YouTube, y puntualizan continuamente que lo suyo es “terror en directo”, un “reportaje”. Superficialmente, es cierto que la historia que cuenta [•REC] está más relacionada con la actualidad mediática y la noción de telerrealidad: Ángela (Manuela Velasco), una reportera televisiva, y su operador de cámara graban para un programa llamado Mientras Usted Duerme las incidencias de una estación de bomberos durante el turno de noche. Al producirse una alarma, los periodistas acompañan a los bomberos hasta un edificio en el que pronto unos y otros quedan atrapados a merced de una terrible epidemia que se está cebando en los vecinos…
El espectador contempla los escalofriantes hechos que suceden a continuación siempre a través de la cámara de Mientras Usted Duerme, sujeto a las consideraciones de Ángela y a sus intentos por seguir grabando su reportaje. La sensación de naturalidad es total; la tensión del momento está plenamente conseguida y se transmite con potencia al patio de butacas; y técnicamente [•REC] ha constituido un desafío que Plaza y Balagueró resuelven admirablemente. No anda el cine español tan bien de salud como para pasar por alto el trabajo audiovisual de esta película, mucho más valioso que el de tanto producto de relumbrón dramático rodado según recetas caducas.
Pero no debe olvidarse —y por ello la película no sólo no supera a El Proyecto de la Bruja de Blair a nivel de simple innovación cinematográfica, sino que resulta deudora de sus planteamientos por mucho que les pese a sus responsables— que, como indica su título, [•REC] también es una grabación, como lo era aquel material de los estudiantes norteamericanos hallado y mostrado al público. Que hablar como hacen ambos directores de “horror que sucede ante nuestros ojos en tiempo real, sin posibilidad de detenerlo ni de manipularlo” es inexacto, puesto que las desventuras de Ángela, su cámara y demás personajes no ocurren durante una conexión en directo, sino que se están grabando para ser más tarde editadas y emitidas. Por tanto, sigue vigente la pregunta que desvela el artificio y nos distancia de él: ¿Quién ha recogido esa grabación? ¿A qué circunstancias se debe que la veamos? ¿Por qué así y no de otra manera?
El Proyecto no es la única referencia a la que remitirse, ya que otros elementos con los que se juega (como la naturaleza inicial del horror o el uso de infrarrojos) se han explotado recientemente en 28 Días Después y 28 Semanas Después. Y tampoco parece demasiado acertado un último giro del guión, a quince minutos del final, que precipita la película en una dirección chocante y poco rigurosa en relación con lo que precede. En cualquier caso, repetimos, no son fallos que invaliden el disfrute de la película para el aficionado al fantástico. Al señalarlos no hemos pretendido otra cosa que hacer justicia a El Proyecto de la Bruja de Blair, y disipar un poco el triunfalismo percibido en el ambiente a propósito de [•REC], debido seguramente a aquello de que Plaza y Balagueró nos pillan cerca de casa.